Soy fanático del cine negro (film noir) sobre todo de los años de su apogeo, décadas de 1940 y 1950. El cine negro muestra características muy especiales.."presenta una sociedad violenta, cínica y corrupta que amenaza no sólo al héroe/protagonista de las películas sino también a otros personajes, dentro de un ambiente de pesimismo fatalista." para leer más: http://es.wikipedia.org/wiki/
Les dejo con este cuento que tiene algo en la línea de éstas películas en una atmósfera claustrofóbica en que los personajes no pueden escapar a su designios.
Saludos y espero lo disfruten.
Escena de otro crimen
Las calles destilaban sombras esmirriadas sobre las viejas fachadas, alguien corría atravesando luces mortecinas en los callejones del suburbio. Una sirena irrumpía en el ambiente y el eco se perdía en las alturas de la ciudad que dormía. La oscuridad partía las escenas del momento y los pasos retumbaban sobre el gris del asfalto.
Se detuvo ante una escalera exterior de un derruido edificio; su cara giraba y giraba buscando al perseguidor. Subió de tres en tres los escalones con ansias de escapar; su figura se recortaba contra un oscuro firmamento. El último salto lo lanzó a la azotea del edificio abandonado. En el pretil su cabeza asomaba y sus ojos hurgaban la calle. Un movimiento entre sombras y un reflejo directo a sus ojos, lo atrajo. La bala se le incrustó en medio de la frente. Tras el estampido, ventanas indiscretas enceguecían, y el silencio se iba en todas las direcciones tras el eco.
La noche pareció recogerse entre el alba y la bruma del puerto cercano que la invadían desde su propia oscuridad. Las aves en bandadas surcaban el espacio hacia el sur en sinuosas formaciones. Pero el acontecimiento era que amanecía con tristes nubes rosadas.
En un extremo un cuerpo yacía inerte entre despojos de azoteas.
Hombres de uniforme con desgano llegaban al filo de la acera. Sus ojos miraban a lo alto como ubicando el lugar. Bajaron las miradas por los frentes desgarrados por el tiempo, por ventanas tapiadas, por huecos de puertas inexistentes. Por oscuras escaleras de mármol desgastado, iban subiendo en silencio. Llegaron al umbral de la puerta de la azotea. El que venía detrás se adelantó y la abrió; la sostuvo, y dejó que otros dos hombres vestidos de uniforme pasaran.
El sol desperdigaba rayos tímidos de luz sobre los cristales de la ciudad. Más allá el río aún dormía en su lecho gris. Una barcaza movía el horizonte. Los tres hombres buscaban el cuerpo. Una llamada con detalles los había traído a ese lugar.
Ni el pelo al viento, ni la aparatosa posición del cuerpo boca abajo, ni la abundante sangre que dejaba ver un charco, lograron por un instante, cambiar la impavidez de aquellos rostros adustos marcados por arrugas intransigentes.
Apenas una señal y uno de los tres casi arrodillado dio vuelta el cuerpo. Dos marcas oscuras había dejado un puñal que a la altura del corazón estaba clavado, y salía aún sangre tan oscura como la noche que se iba. Uno de los tres preguntó: y qué fue de la balacea. Otro llegó a pensar que no era ese el muerto buscado o no era el lugar indicado, pero sus labios aparcaron las palabras en el silencio.
Se pusieron de pie. Giraban sus cabezas como buscando algo más. La señal de la mano izquierda del que vestía de gris impulsó a los tres. Tras un tragaluz la figura de un Magnum 357 se dejaba ver entre destellos. Corrieron armas en mano. El Magnum imponente estiraba su sombra ante un sol naciente oblicuo. Un pañuelo irrumpió en la escena y el arma fue examinada; faltaba una bala. El que vestía de gris miraba el cuerpo inerte casi en el extremo en donde estaban. Entre dientes dijo: ese no es el hombre, buscamos otro muerto.
Y lentamente, con la resignación en sus rostros, se alejaron de la escena del crimen.
Se detuvo ante una escalera exterior de un derruido edificio; su cara giraba y giraba buscando al perseguidor. Subió de tres en tres los escalones con ansias de escapar; su figura se recortaba contra un oscuro firmamento. El último salto lo lanzó a la azotea del edificio abandonado. En el pretil su cabeza asomaba y sus ojos hurgaban la calle. Un movimiento entre sombras y un reflejo directo a sus ojos, lo atrajo. La bala se le incrustó en medio de la frente. Tras el estampido, ventanas indiscretas enceguecían, y el silencio se iba en todas las direcciones tras el eco.
La noche pareció recogerse entre el alba y la bruma del puerto cercano que la invadían desde su propia oscuridad. Las aves en bandadas surcaban el espacio hacia el sur en sinuosas formaciones. Pero el acontecimiento era que amanecía con tristes nubes rosadas.
En un extremo un cuerpo yacía inerte entre despojos de azoteas.
Hombres de uniforme con desgano llegaban al filo de la acera. Sus ojos miraban a lo alto como ubicando el lugar. Bajaron las miradas por los frentes desgarrados por el tiempo, por ventanas tapiadas, por huecos de puertas inexistentes. Por oscuras escaleras de mármol desgastado, iban subiendo en silencio. Llegaron al umbral de la puerta de la azotea. El que venía detrás se adelantó y la abrió; la sostuvo, y dejó que otros dos hombres vestidos de uniforme pasaran.
El sol desperdigaba rayos tímidos de luz sobre los cristales de la ciudad. Más allá el río aún dormía en su lecho gris. Una barcaza movía el horizonte. Los tres hombres buscaban el cuerpo. Una llamada con detalles los había traído a ese lugar.
Ni el pelo al viento, ni la aparatosa posición del cuerpo boca abajo, ni la abundante sangre que dejaba ver un charco, lograron por un instante, cambiar la impavidez de aquellos rostros adustos marcados por arrugas intransigentes.
Apenas una señal y uno de los tres casi arrodillado dio vuelta el cuerpo. Dos marcas oscuras había dejado un puñal que a la altura del corazón estaba clavado, y salía aún sangre tan oscura como la noche que se iba. Uno de los tres preguntó: y qué fue de la balacea. Otro llegó a pensar que no era ese el muerto buscado o no era el lugar indicado, pero sus labios aparcaron las palabras en el silencio.
Se pusieron de pie. Giraban sus cabezas como buscando algo más. La señal de la mano izquierda del que vestía de gris impulsó a los tres. Tras un tragaluz la figura de un Magnum 357 se dejaba ver entre destellos. Corrieron armas en mano. El Magnum imponente estiraba su sombra ante un sol naciente oblicuo. Un pañuelo irrumpió en la escena y el arma fue examinada; faltaba una bala. El que vestía de gris miraba el cuerpo inerte casi en el extremo en donde estaban. Entre dientes dijo: ese no es el hombre, buscamos otro muerto.
Y lentamente, con la resignación en sus rostros, se alejaron de la escena del crimen.