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Recordaba aquella noche cuando el roce de su piel con la seda de aquel vestido, el único fiel a su memoria, le traía todo un mundo inolvidable al que ahora intentaba regresar.
¿Cómo volver a aquellos años de noches interminables y días cortos ocupados por el dormir? Ese dormir de verdad a plena luz, sin soñar, la realidad de su noche era como un sueño para los otros mortales.
Él vivió aquel mundo que imantaba las luces de las marquesinas. Las copas de formas y sabores desbordadas. La música envolvente y los cuerpos jóvenes en encuentros a puro presente sin pasado ni futuro.
Acarició la seda como si el encuentro fuera con el pasado. Sí, estaba el vestido pero no la reina del instante que lo portaba. Por primera vez quería volver a aquel pasado. Aquella maleta perdida había recorrido medio mundo y ahora estaba en sus manos. La cerró delicadamente como si un mal movimiento pudiera ajar aquel vestido, aquel que una vez alumbró su cara y confundió su tacto con piel viva como pétalo alcanzado por el rocío tibio del amanecer, piel fulgurante y tersa que nuevamente quería alcanzar y que guardaba como preciado tesoro en el gran anaquel de su vida. Tomó la maleta en sus manos, encontraría la dueña de aquella noche mágica. ¿Por qué su memoria, sus actos, guardaron aquel pedazo de historia hecho de seda y piel? ¿Por qué perdió por años el brillo del momento y ahora, de repente, una luz trajo los instantes con otro brillo, con otra ansia más perdurable?
Descubrió que su juventud aún vivía en él de otra manera, estaba agazapada tras los recuerdos intrascendentes más recientes, y tras su piel que nunca miraba, que ni siquiera imaginaba. El lugar del recuerdo estaba marcado por las ansias de volver.
Debía de recorrer miles de kilómetros para embarcarse en su odisea, y encontrar esa piel que el inmaculado vestido de seda vestía. La ilusión era un sueño que le afloraba abarcando la realidad. Y no dudó cuando bajó de aquel avión y la noche cerrada le hacía olvidar aquellos recuerdos de la ciudad. Solo aquella callejuela era su destino sin tiempo. Su tenacidad era una flecha lanzada a la luz de la luna, flecha que traspasaba los tiempos y se clavaba en una puerta. Veía claro el momento aquel que del brazo de ella, atravesaban esa puerta oscura y un mundo de luces y placer se desplegaba ante los dos, y aquel vestido tomaría vida aunque lo sabía envuelto en la oscuridad total de su maleta que era su única conexión con un pasado.
Las preguntas le obsesionaban cómo seguiría aquel momento qué quería volver en sus sueños y la realidad le acercaba. Ni la rutina del hotel, ni la llamada de la Aerolínea, que le decía que demoraría la llegada de su maleta, pudieron dejar de dibujar la escena que ya no sabía si era sueño o era realidad. Y no pudo esperar más; pidió un vehículo y se fue al norte de la ciudad. Recorría un mundo nuevo, nada le ayudaba a recordar, 30 años no era un día.
Al fin llegó, los minutos fueron un tiempo fuera de lugar, toda una vida que corría en esos instantes. Bajó despacio saboreando el aire de la madrugada. Las tenues luces cómplices del viento, hamacaban un cartel desvencijado. Cruzó la avenida y en una bocacalle oscura el callejón. Se internó como quien sabe bucear la oscuridad y no le teme a las profundidades. Alguien venía desde las penumbras, el cruce sería irremediable; se sentía hasta el roce de la tela de su ropa. Apenas la luz dibujó un rostro, de sus manos se desprendió un sudor; aquellos ojos eran los mismos, los suyos se iluminaron.
El vestido de seda y la misma piel estaban a su frente, bajo la pálida luz de un farol. Miraron la fachada gris y aquella puerta. Le ofreció el brazo, ella sonrió aceptándolo. Se les vio perderse tras una puerta siempre oscura, que en su interior guardaba un tesoro sin tiempo lleno de luces, música…y juventud.
Prudencio Hernández Jr. (c) 2012