Quizás solo pretendía entender aquel silencio que se expandía sobre los techos y caía en una arboleda en que la vista deslizaba. Aquel verde oscuro mezcla de mar revuelto y marejada, le parecía una ola de hojas rítmicas que el viento embravecía. Cómo podría haber viento en aquel lugar y a 200 metros el silencio y la quietud paralizaba hasta el tiempo. Dos mundos nacían en el mismo lugar. Bajaba de los cielos una sombra resquebrajada, y él testigo solitario perdido en un paraje desconocido. Aspecto imponente de estructura metálica marcada por logos lejanos de un marrón apagado, bajo una humareda, que desviaban la atención. Extrañas formas cambiantes se sostenían en el aire arremolinado. Los ojos sin parpadear idealizaban el momento. Casi imperceptible un sonido, hum que paralizaba, hacía volar descontrolados a los pequeños pájaros transformados en bólidos. Sus ojos armados de paciencia extrema no asumieron el tiempo en que todo pareció desaparecer y volver a su sitio.
Sin viento, inmóvil el entorno, la arboleda intacta volvió a guardar su secreto, y comenzó un zumbido implacable que sacudía toda la Tierra, desde sus propias entrañas.